El 1 de noviembre de 1755, festividad de Todos los Santos, un terrible terremoto sacudió principalmente la costa occidental de la península Ibérica y la del norte de África.
El 1 de noviembre de 1755, festividad de Todos los Santos, un terrible terremoto sacudió principalmente la costa occidental de la península Ibérica y la del norte de África. Su epicentro se situó en las proximidades del cabo de San Vicente y sus efectos penetraron muchas leguas hacia el interior. La ciudad donde causó mayores estragos fue en Lisboa, lo que bautizó a dicho terremoto con el nombre de la capital lusitana: el terremoto de Lisboa. La ciudad perdió barrios enteros y algunos de sus edificios más emblemáticos, como el convento de Do Carmo cuya esqueleto arquitectónico puede contemplar hoy el viajero que llega a Lisboa. Sin embargo, el área geográfica afectada por el terremoto y el tsunami que provocó fue mucho más amplia. Numerosas poblaciones andaluzas, sobre todo del arco atlántico, sufrieron la dureza de sus efectos, que también se sintieron en comarcas del interior. Los temblores comenzaron a la 10 de la mañana y se prolongaron por espacio de media hora, siendo tres las sacudidas principales.
Fueron las actuales provincias de Huelva Cádiz donde los efectos resultaron más devastadores. Muchas iglesias onubenses sufrieron los efectos del seísmo, como le ocurrió a las torres de la Concepción y de San Pedro que hubieron de ser reconstruidas. Más duros fueron los daños en el convento de los padres mercedarios, actual sede catedralicia de Huelva, que hubo de ser completamente reconstruido. Los destrozos afectaron tanto a las localidades costeras como a las del interior como fue el caso de Ayamonte, Lepe, Trigueros, San Juan del Puerto, Aracena,Villarrasa o La Palma del Condado. También se dejaron notar los efectos en Cádiz donde se agrietaron edificios y algunas casas en mal estado de derrumbaron. En Sevilla, la Giralda sufrió serios desperfectos que también padecieron numerosas casas —algunas fuentes señalan que en torno al seis por ciento de los edificios de la ciudad se vieron afectados en mayor o menor medida— y hubo nueve víctimas mortales. En Baeza el terremoto destruyó algunos edificios importantes, entre ellos la catedral cuyas bóvedas se desplomaron, y en Jaén se agrietaron las torres de su Catedral. En Córdoba, sufrieron mucho los populares barrios de Santa Marina y de San Lorenzo donde se perdieron muchas de sus casas y también sufrieron graves desperfectos sus iglesias. En Alcaudete (Jaén) se hundió la vieja alcazaba árabe e igual suerte corrió el castillo de Fernán Núñez y sobre sus ruinas se alzó el palacio neoclásico de los duques que ostentan el título de dicha localidad cordobesa. En Málaga se vieron afectados algunos edificios antiguos y el pánico se apoderó de la población que huyó en masa de la ciudad; muchos vecinos, atemorizados, tardaron días en regresar a la ciudad.
Como hemos apuntado a los destrozos producidos por el terremoto se sumaron los efectos de un tsunami que en las costas onubenses y gaditanas fueron demoledores. Tres olas gigantescas se abatieron sobre las poblaciones. En Ayamonte sus efectos se sumaron el desbordamiento de las aguas del Guadiana causando una mortandad que alcanzó la cifra de mil víctimas. También se vieron afectadas por la tromba de agua Lepe y Huelva. El número de muertos en la primera de dichas localidades llegó a cuatrocientos. En Cádiz el tsunami fue mucho peor que el terremoto. La fuerza del oleaje barrió las murallas y desencajó de sus cureñas piezas de artillería que pesaban varias toneladas; el popular barrio de la Viña fue de los más afectados y, según testigos presenciales, las olas alcanzaron las 35 varas de altura, equivalentes a unos 28 metros.
En el llamado Siglo de las Luces la ciencia ya tenía explicaciones científicas para los terremotos, pero no tanto para las gigantescas olas que se abatieron sobre las poblaciones costeras. A pesar de los progresos de la ciencia, por todas partes se interpretó el desastre por causas sobrenaturales. Muchos contemporáneos estaban convencidos que los rugidos de la tierra y sus temblores, así como la violencia de las aguas eran una muestra de la cólera divina desatada por causa de los pecados y de la maldad de los hombres. En numerosos lugares de Andalucía se organizaron procesiones y actos religiosos de desagravio y penitencia. Comenzaron el mismo día 1 de noviembre y se prolongaron durante las semanas siguientes. En Cádiz, por ejemplo, se acrecentó la devoción a la Virgen del Rosario, en Córdoba las rogativas se dirigieron a san Rafael, el arcángel protector de la ciudad y en San Juan del Puerto (Huelva) se confirmó como patrono a San Juan Bautista, por entenderse que su amparo hizo que los males, fueran inferiores a los sufridos por otras localidades próximas.
De JOSÉ CALVO POYATO.
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